Serafín, protagonista de esta historia, es un mozo de mollera despejada y agudo entendimiento. Es también un viajero incorregible, y tan ligero de equipaje, que por no cargar, no carga ni siquiera con un apellido bueno o malo, una carga, lustre para algunos y lastre para otros, que a menudo se hace más pesada que el mayor de los baúles. El único título que ostenta y exhibe con orgullo pero sin pizca de soberbia, es el de escupido, mote que le pusieron los vecinos de su pueblo nada más nacer.
Sus andanzas y tropiezos le llevan a descubrir el mundo, resbalando en los cinco continentes y medio ahogándose en los siete mares. Camina siempre a cuerpo, y muchas veces en pelota, como el patriarca Adán, único ancestro cuya paternidad reconoce y acata. Serafín, cuya leyenda le convierte y le asciende a personaje legendario, sabe afrontar los éxitos con humildad y los fracasos con dignidad, sabia lección que imparte la escuela de la vida a los alumnos aplicados que aprenden a aceptarla con conformidad. Con razón Serafín el escupido se atiene a esa vieja promesa evangélica y apócrifa: bienaventurados quienes nada esperan, porque nunca serán defraudados.