La noción de intencionalidad es uno de esos hilos que entretejen la historia de la filosofía que, como pasa con los filamentos de un tejido, está siempre presente aunque a través de los distintos pespuntes aparezca, desaparezca y reaparezca dentro del tapiz de las ideas que se hacen vida. Ya se habló de intencionalidad en la Edad Media, aunque esta esté casi olvidada, y vuelve a aparecer con fuerza en las distintas escuelas filosóficas que han ido sucediéndose, encontrándose y desencontrándose desde el último cuarto del siglo XIX hasta hoy. De hecho, la filosofía del siglo XX podría ser caracterizada como «el siglo de la intencionalidad».
Ahora bien, ¿qué significa «intencionalidad»? Eso es más difícil de decir, entre otras cosas por la profusión del concepto y la multitud de opiniones que se han formado en torno a él. La intencionalidad ha sido frecuentemente asociada a los temas que estudia la Epistemología, y por eso suele ser presentada como una característica de la conciencia, o de la relación entre ésta y las llamadas «potencias del alma», o sea, el entendimiento y la voluntad.
Sin embargo, las intuiciones de Joseph de Finance (1904-2000) nos llevarán por una senda distinta en la cual se alcanzará una comprensión más existencial de la intencionalidad, en la que ésta caracterizará el dinamismo humano en cuanto tal y que puede ser expresado con el término «experiencia». Desde esta perspectiva, la intencionalidad ayudará a profundizar en algunas dimensiones antropológicas tan fundamentales como son la libertad o las relaciones interpersonales, y servirá para darles un fundamento novedoso. Y la experiencia será comprendida como el proceso de generación en el que la persona se une a otros seres, especialmente otros seres humanos, junto con los cuales da a luz nuevas realidades. En definitiva, la intencionalidad nos hace comprender la experiencia como un proceso de existencia creativa en el que la persona engendra y es engendrada de un modo nuevo.